la intensa dulzura de Coca-Cola como resultado de su alto contenido de azúcar debería hacernos vomitar tan pronto como ingrese al cuerpo. Sin embargo, el ácido fosfórico en la bebida embota la dulzura, lo que nos permite mantener la bebida baja.
Los niveles de azúcar en la sangre aumentan drásticamente en 20 minutos después de beber la Cola, lo que provoca una explosión de insulina. El hígado luego convierte las altas cantidades de azúcar que circula nuestro cuerpo en grasa.
En 40 minutos, el cuerpo ha absorbido toda la cafeína de la Cola, causando una dilatación de las pupilas y un aumento en la presión sanguínea. En este punto, los receptores de adenosina en el cerebro han sido bloqueados, evitando la fatiga.
Cinco minutos después, ha aumentado la producción de dopamina, un neurotransmisor que ayuda a controlar los centros de placer y recompensa del cerebro. La forma en que Coca-Cola estimula estos centros es comparable a los efectos de la heroína, lo que nos hace querer otra lata.
