Raramente bebo té o café.
Cuando alguien me ofrece los dos, cortésmente digo: No.
No creo que tenga ningún sentimiento cultural o religioso asociado que pueda dañar los sentimientos de alguien.
Por el contrario, si uno acepta la oferta de té de mala gana, uno puede quemarse la lengua al apresurarse o retrasar la bebida hasta que se enfríe.
Entonces una negación educada puede servir al propósito.