Porque todos los días de la semana hay al menos dos comensales que, a regañadientes, vienen con sus amigos pero odian absolutamente lo que tenemos para ofrecer.
Primero debemos definir qué significan “especialidades absolutas”. Como un asador, por ejemplo, un buen plato de pasta aún no está fuera de nuestro rango de experiencia. Tampoco son platos de pollo o vegetales. Estaríamos fuera de nuestra propia liga si intentáramos vender pasteles especiales. Entonces, en vez de “especialidad”, diría “cosas que la gente espera”.
Una langosta, por ejemplo, está bastante en el centro de nuestra experiencia. Proteína delicada que debe manipularse bien y cocinarse bien. Los platos de pasta viven y mueren por sus salsas y guarniciones, algo que nosotros mismos vivimos y morimos todos los días, también.
Como restauradores tenemos que dar cabida a los veganos ocasionales o vegetarianos, el chico o chica en una dieta paleo, el de una dieta libre de gluten, y el cónyuge que odia la carne roja. No tener esos elementos en el menú significa que perderíamos tanto a ella como a su marido que come carne roja, y esa es una propuesta comercial que simplemente no es factible.